24 febrero 2009

Las cortinas grises de la cocina, con esas florcitas de colores gastados y ese olor a comida guardada en un plástico derretido siempre hicieron que mi estomago odiara ese lugar. Sobre todo cuando los domingos de invierno prestaban la ocasión de quedarse dentro, por la lluvia o -peor aún- por el barro secándose al sol de una lluvia pasada. Todo de aquella casa me invitaba a depreciarla. Los diarios tirados en el suelo, cumpliendo la función de trapos totalmente húmedos y deshechos, el frío que sentía siempre al llegar, y sentir que mi cuerpo se congelaba mas con el desprecio. En invierno era detestablemente deprimente el panorama de ese sucucho que siempre olía a perro mojado. Pero en verano era peor todavía. Intentar dormir entre el calor sofocante, un ventilador que ofrecía aire mas caliente que el ambiente y su presencia pegajosa, siempre con ese olor nauseabundo que me recordaba a los indigentes de las grandes plazas de Capital... todo era tan horrible! Además el saber que en las épocas cálidas la gente encontraba dócilmente la felicidad y yo seguía ahí, pudriéndome por dentro, alimentando mi odio por la vida. Vida que curiosamente en algún momento apreciaba, pero que él se había encargado de convertirla en un conjunto de fracasos, dinero mal gastado e infelicidad. Eso fue después de dos años de convivir, luego la cosa fue empeorando. Ya no podía salir, estaba aterrada, me hizo creer que el mundo quería destruirme, únicamente para que yo no atinara a escapar y cada vez se reiteraba mas su actitud agresiva. Tiraba la comida que yo le hacia, con el poco dinero que traía, si es que no se lo gastaba en sus ocurrentes vicios. Luego me golpeaba, insultándome y yo no hacia otra cosa que llorar y eso, al parecer, lo enfurecía mas. Todo era oscuro para mi. Mi casa, la persona que había elegido, toda mi vida se había arruinado. ¡Y yo dejé tantas cosas por él! Siempre consideró el arte como un medio totalmente inútil para vivir. Deje de asistir a mis clases de apreciación musical y a mi taller de pintura. Mis amigos no valían un centavo, y dejé de verlos. ¡Dios mio! Deje absolutamente de lado mi vida para que él pudiera emborracharse y sentirse hombre durante siete años... Esto es una locura. ¿Quiere saber si me arrepiento de lo que hice? No, definitivamente no. Ese hombre me mató a mí primero. Él me hizo sufrir la muerte durante casi diez años de mi vida, todos los días sentía entrar y salir un cuchillo en mi pecho y sentí que no podía soportarlo un minuto mas. Yo lo maté. Eileen Pennington ARTEMMUSIKAL

4 comentarios:

  1. Aplauso sincero, Eileen Pennington :)
    Te quiero mucho :)

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  2. Deberías matarlo de nuevo, y buscarlo en su próxima vida y volver a matarlo. Y no detenerse hasta que sea una bacteria. Donde la rueda se detiene.

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  3. Debo hacer una pregunta:
    este caso esta basado en algun hecho cercano o propio?
    Lamentablemente este tipo de situaciones son rutinarias en este mundo podrido
    La verdad me encanto el texto

    Un abrazo

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  4. hola amor, bueno lo lei, me encanto, muy bueno, igual creo q deberias escribir algo mas, no se, no tan deprimente jajaja, esta bueno ojo q me gusto mucho, pero algo mas alegre jajaj, te amo mucho rubia, espero q sigas escribiendo cosas asi de interesante, besos amor....

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